No cabe duda que noviembre marca una diferencia en el país, mientras en buena parte del planeta el recordar a los que ya no están es distinguido por tristeza y lágrimas, en México estas envuelto de fiesta y color, realzando la celebración de la vida y el reencuentro con los difuntos que, según la creencia, regresan a nuestro mundo por un día.
Muy lejos de perder la esencia y fuerza con el paso de los años, esta distintiva manera de celebrar el “Día de Muertos”, continúa de generación en generación, atesorando las raíces mexicanas que nos distinguen en nuestra identidad como individuos, una celebración llena de misticismo que provoca curiosidad y fascinación en el resto del globo terráqueo.
El origen de esta fiesta está en Mesoamérica de hace miles de años, donde se organizaban para guiar a los muertos en su camino a Mictlán, el inframundo de la mitología mexica.
Los altares los disponían como ofrendas para recordar a los muertos y los cráneos que se colocaban, era en símbolo de muerte y renacimiento.
Hay un gran mensaje central en estas conmemoraciones hacia aquellos que ya no nos acompañan, la creencia de que sus almas acaban por regresar al mundo de los vivos, posicionando a la muerte como un símbolo de vida que se representa en un altar.
Millones de hogares mexicanos siguen colocando con cariño, detalle y respeto las ofrendas combinadas con multitud de símbolos, comida, papel picado y fotos de personas fallecidas, en recuerdo de quienes ya no están, lo que permite que las almas de los difuntos encuentren el camino de regreso a casa para ver una vez más a su familia y disfrutar de lo dispuesto en los altares en su honor.
Luego de esta celebración tendrá que pasar otro año hasta que los recuerdos en la memoria de los vivos en México vuelvan a lograr ese regreso, al menos por un periodo de tiempo, de las almas queridas.
Por Noemi Canto.
Alumno de 1ero de la Licenciatura Ciencias de la Comunicación y Periodismo.
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